El amor es dulce pero también es veneno cuando nos hace falta. Imaginemos a alguien enamoradísimo de su pareja, una relación fuerte de mucho tiempo y de pronto la pareja le hiere con crueldad y se va… nadie está libre de pasar por una situación como ésta. En algún momento el desamor se convierte en el verdugo más cruel que podamos imaginar. Cuando sentimos que al alejarse la persona que amamos se nos va la vida, no importa el trabajo, el apetito desaparece y no tenemos ganas de seguir adelante, comenzamos a enfermar.
Es común que el círculo de amigos intenten disminuir nuestro sufrimiento con frases como “hay muchos peces en el agua”, “no es para tanto” o “estás obsesionada”, pero aquello que la gente llama obsesión no es sino un deseo inconsciente de querer vivir.
El corazón herido por un desamor late con menos frecuencia, las señales que manda el cerebro al resto de células del cuerpo es de cansancio, de rechazo y al recibir información carente de necesidades no asimilan los nutrientes que les llega por el torrente sanguíneo. El hambre se traduce en apatía y sin proteínas la persona adelgaza, el entendimiento es tardío y el apoyo de los amigos es: “no era para tanto”. Cuán importante es para aquel que sufre como para su entorno entender que el amor también enferma, que un estado mental rápidamente expone su malestar en la salud de todo el cuerpo.
Pero tampoco es una alarma grave. Podemos compararlo con un resfriado, la enfermedad comienza y debe continuar con todos los síntomas hasta desaparecer. Puedes tomar una pastilla para mejorar un poco, o comer un helado para “cortar la gripe” como dicen las leyendas urbanas y empeorar terriblemente. En la enfermedad del corazón partido el proceso es lento e irreversible, pero se desvanece dejando apenas recuerdos. La medicina podría ser regresar al origen de todo, uno mismo, dependiendo de la personalidad del doliente. El helado en este caso sería empeñarse en buscar al causante de nuestro dolor, verlo “por última vez” y al comienzo dará la sensación de mejorar, el corazón bombea sangre a mayor velocidad, el cerebro libera endorfinas en cantidades que para los últimos días son inmensas y tenemos la ilusión de que esa persona que nos ha dañado tanto es la cura a nuestro dolor. Nada más lejos de la realidad.
El bajón que se produce luego de una visita al pasado es terrible y en muchas ocasiones adictiva.
Lo mejor que se puede hacer en este caso es un ritual para el amor que hace encontrar a la persona su verdadero valor como individuo y abrir el camino a la recuperación. La persona enferma debe vestirse de blanco, encender una varilla del aroma que más le agrade (cuidado con que uno de estos objetos perturben al traer recuerdos), tomar asiento en un lugar muy cómodo y sujetar una vela blanca con ambas manos. Procura que sea durante la tarde, antes de caer la noche para que la luz de la vela no sea la única iluminando a los presentes, o solo a la persona doliente si es en solitario. Cuando el cuerpo entre en un estado de calma y el ambiente se torne acogedor deberá rezar con infinita devoción y fe en cada una de estas palabras:
“El amor es sufrido y bondadoso.
El amor no es celoso, no se vanagloria,
no se hincha, no se porta indecentemente,
no busca sus propios intereses, no se siente provocado.
No lleva cuenta del daño.
No se regocija por la injusticia,
sino que se regocija con la verdad.
Todas las cosas las soporta, todas las cree,
todas las espera, todas las aguanta. El amor nunca falla”
Terminado el ritual procure que la persona se alimente correctamente, evitar harinas preparadas y azúcar, poca fibra y mucha agua, un consomé de gallina sería ideal.